…y en la reunión todos se negaron a mandar retenes y helicópteros a las parcelas de Gustavo. Desde las ventanas veían las llamas crecer y maldecían en grupos por su mala suerte…
Estaban convencidos de haber trabajado duro en plantar sus árboles y haber estado cerca de sacar algo de dinero de ello. Gustavo era un tipo listo y vio la posibilidad de sacar aún más madera si adoptaba técnicas más agresivas que los demás (bendita ingeniería agrícola). Pero esas maneras favorecían que apareciesen focos de incendio. Ahora la gente prefería que se quemase el bosque antes que gastar lo poco que habían ahorrado en salvarlo.
Es decir, dejamos que se queme todo por no ver más allá de lo que realmente está sucediendo. No es sólo el bosque lo que se quema. Se quema el aire, el medioambiente sale maltrecho, desaparece la caza, el ecosistema se resiente durante años, etc.
Ahora mismo estamos en una situación, al menos, parecida. Parece que no hay voluntad popular de salvar el sistema financiero. ¿Pero realmente cuantificamos cual es el menor de los posibles males? Quizás debamos apagar el incendio (mientras se pueda) y después buscaremos a quienes permitieron que se originase y nos dejase sin un mísero céntimo. Al menos conservamos algunos árboles y un medioambiente no tan hecho polvo.
El problema es la percepción del ciudadano medio de cómo se afronta este grave problema. El sentimiento global imagina a unos cuantos políticos arrojando sacos llenos de nuestro dinero directamente en cajas de caudales, que van a seguir en manos de los mismos truhanes. La falta de transparencia histórica de los políticos se vuelve en su contra en esta ocasión. No confiamos en el sistema financiero, no confiamos en los gestores, no confiamos en los políticos. “Rescate Bancario” no debería ser el nombre que se usase en la calle. ¿Dónde se han dejado a las docenas de creativos los magos de los Departamentos de Finanzas de los diferentes países?
Una vez que la gente entiende que una actuación es necesaria, que los gestores actúan con fines concretos y objetivamente favorables, las medidas se pueden llegar a plantear sin crear furia ciudadana. Y se ha logrado un importante paso: dar confianza a la ciudadanía, no en el propio sistema -que también- si no en la gente que va a tener que gestionarlo.
Lo que tenemos delante es una grave crisis de confianza popular e institucional en un sistema financiero hiperinflado e hiperrevolucionado. Este modelo financiero en el que nos encontramos fue impulsado como parches para las crisis de los 80 y 90. Un nivel de crédito enorme y apenas controlado. Aparición de nuevos actores en la economía (China, India, etc) que provocaron masivos incrementos de precios en materias primas. Crecimientos que ocultaban ineficiencias en la economía. Burbujas inmobiliarias (aquí en España ya podemos agachar bien la cabeza en este aspecto).
Se ha hecho patente que se financió demasiado, que se financió mal, que esas financiaciones se emplearon, mediante nuevas herramientas -que ocultaban sus vicios-, para obtener nuevos fondos; herramientas cada vez más complejas para que no fuese sencillo adivinar para los no iniciados (aunque tampoco demasiado para los iniciados) de dónde venían esos números espectaculares por los que todos los ejecutivos sacaban pecho en las presentaciones de resultados. Íbamos a 300 km/h en un Lamborghini en el que dos de las ruedas eran de carretilla.
No estamos ante “El Ocaso de la Civilización OccidentalÔ” pero hay que hacer lo que esté en nuestra mano cuanto antes. Restauremos la confianza, apaguemos el fuego, busquemos causas y culpables (nada de amnistías que hagan pensar que todo se perdona), ajustemos nuestras previsiones, no dejemos que el sistema nos arrastre y planifiquemos, en su justa medida, como vamos a movernos en el futuro.
Estaban convencidos de haber trabajado duro en plantar sus árboles y haber estado cerca de sacar algo de dinero de ello. Gustavo era un tipo listo y vio la posibilidad de sacar aún más madera si adoptaba técnicas más agresivas que los demás (bendita ingeniería agrícola). Pero esas maneras favorecían que apareciesen focos de incendio. Ahora la gente prefería que se quemase el bosque antes que gastar lo poco que habían ahorrado en salvarlo.
Es decir, dejamos que se queme todo por no ver más allá de lo que realmente está sucediendo. No es sólo el bosque lo que se quema. Se quema el aire, el medioambiente sale maltrecho, desaparece la caza, el ecosistema se resiente durante años, etc.
Ahora mismo estamos en una situación, al menos, parecida. Parece que no hay voluntad popular de salvar el sistema financiero. ¿Pero realmente cuantificamos cual es el menor de los posibles males? Quizás debamos apagar el incendio (mientras se pueda) y después buscaremos a quienes permitieron que se originase y nos dejase sin un mísero céntimo. Al menos conservamos algunos árboles y un medioambiente no tan hecho polvo.
El problema es la percepción del ciudadano medio de cómo se afronta este grave problema. El sentimiento global imagina a unos cuantos políticos arrojando sacos llenos de nuestro dinero directamente en cajas de caudales, que van a seguir en manos de los mismos truhanes. La falta de transparencia histórica de los políticos se vuelve en su contra en esta ocasión. No confiamos en el sistema financiero, no confiamos en los gestores, no confiamos en los políticos. “Rescate Bancario” no debería ser el nombre que se usase en la calle. ¿Dónde se han dejado a las docenas de creativos los magos de los Departamentos de Finanzas de los diferentes países?
Una vez que la gente entiende que una actuación es necesaria, que los gestores actúan con fines concretos y objetivamente favorables, las medidas se pueden llegar a plantear sin crear furia ciudadana. Y se ha logrado un importante paso: dar confianza a la ciudadanía, no en el propio sistema -que también- si no en la gente que va a tener que gestionarlo.
Lo que tenemos delante es una grave crisis de confianza popular e institucional en un sistema financiero hiperinflado e hiperrevolucionado. Este modelo financiero en el que nos encontramos fue impulsado como parches para las crisis de los 80 y 90. Un nivel de crédito enorme y apenas controlado. Aparición de nuevos actores en la economía (China, India, etc) que provocaron masivos incrementos de precios en materias primas. Crecimientos que ocultaban ineficiencias en la economía. Burbujas inmobiliarias (aquí en España ya podemos agachar bien la cabeza en este aspecto).
Se ha hecho patente que se financió demasiado, que se financió mal, que esas financiaciones se emplearon, mediante nuevas herramientas -que ocultaban sus vicios-, para obtener nuevos fondos; herramientas cada vez más complejas para que no fuese sencillo adivinar para los no iniciados (aunque tampoco demasiado para los iniciados) de dónde venían esos números espectaculares por los que todos los ejecutivos sacaban pecho en las presentaciones de resultados. Íbamos a 300 km/h en un Lamborghini en el que dos de las ruedas eran de carretilla.
No estamos ante “El Ocaso de la Civilización OccidentalÔ” pero hay que hacer lo que esté en nuestra mano cuanto antes. Restauremos la confianza, apaguemos el fuego, busquemos causas y culpables (nada de amnistías que hagan pensar que todo se perdona), ajustemos nuestras previsiones, no dejemos que el sistema nos arrastre y planifiquemos, en su justa medida, como vamos a movernos en el futuro.
ÓSCAR ANTÓN GALANTE
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