Parece que este año 2008 es el año en el que todo aquel que deseaba una vivienda ya dispone de la misma. Y es que, después de varios años consecutivos en el que la demanda de viviendas crecía sin cesar, especialmente en 2006 y 2007, ha llegado 2008 con un fuerte parón en las compraventas, aumento casi nulo de los precios y una oferta que supera ampliamente a una demanda que se encuentra congelada por los fuertes incrementos del gran temido por los españoles: el EURIBOR.
Esta situación nos ha llevado a un goteo incesante de quiebras de compañías inmobiliarias, solicitudes de refinanciación de deudas, y una fuerte corrección bursátil del sector. No es para menos, puesto que estábamos ante lo que muchos llamaron la burbuja inmobiliaria. El sector inmobiliario/constructor ha sido durante los años precedentes el motor, sin ningún lugar a dudas, de la economía española. Por lo que nos hallamos ante un cambio de ciclo de consecuencias desconocidas y, por tanto, temidas por todos.
Estamos situados en tierra de nadie, en medio de una crisis cuyo impacto está por estimar; se trata de una crisis con muchas víctimas y pocos verdugos. De entre los primeros destacar las pequeñas y medianas compañías constructoras e inmobiliarias, y también el sector bancario. De entre los segundos, destacar los grandes constructores y promotores que han sabido ver con antelación y han diversificado sus actividades antes de que la bola de nieve les arrollase.
Pero, ¿y que puede esperar el ciudadano de a pié de esta situación? Pues parece ser que llegaron las vacas flacas. La crisis en el sector constructor/inmobiliarios implica la reducción drástica del crecimiento del PIB, un incremento considerable del desempleo, un recrudecimiento de las condiciones del crédito,... y un sinfín de consecuencias adicionales que nos dibujan un panorama para los próximos años nada halagüeño. Por tanto, hay que tirar de paciencia y aguardar tiempos mejores.
DIEGO BARRO