miércoles, 7 de enero de 2009

El desconocido demonio de la deflación

Adriana Cortés

Cuando hasta mediados de 2008 teníamos sobrevolando nuestras cabezas el fantasma de la inflación, cuyo combate era el objetivo número uno del Banco Central Europeo, resulta paradójico que el fenómeno al cual pareciera abocarse la economía española sea la deflación. Entendida como una caída generalizada de precios en bienes de consumo, servicios y transacciones bursátiles, la deflación es más temida por los economistas que la inflación, sobre todo porque no hay fórmulas conocidas sobre cómo combatirla.
La deflación mostró su peor cara durante la época de la Gran Depresión, que siguió al crash financiero de 1929. Con un desempleo generalizado y una economía en estado de emergencia que desestimulaba la demanda, los precios registraban una bajada consecutiva que afectó especialmente al sector comercial y a la Bolsa de valores. Ben Bernanke, actual presidente de la Reserva Federal de Estados Unidos (FED, por sus siglas en inglés) realizó durante su etapa académica diversas investigaciones sobre la deflación a posteriori de 1929 y sabe que su resolución es sumamente complicada. En ese entonces, las circunstancias históricas motivadas por la Segunda Guerra Mundial dispararon el gasto público y detuvieron la caída de los precios, una solución obviamente muy costosa y poco deseable en la actualidad.
¿Qué posibilidades tiene España de entrar en una espiral deflacionista durante 2009? Pocas, en opinión del BCE, y altas, según expertos como Trevor Greetham, de Fidelity Funds, quien considera que la bajada de precios en el sector inmobiliario, la restricción al crédito y el incremento del desempleo forman un caldo de cultivo propicio para que el comercio disminuya sus precios a fin de atraer a los clientes y estos, a su vez, prefieran posponer sus compras a la espera de que el descenso continúe.
Un ejemplo de esto lo apreció España con las compras decembrinas, cuando las cadenas disminuyeron precios hasta por el 50 por ciento en épocas de pleno furor del consumo, pero aún así muchos clientes decidían esperar a la llegada oficial del período de rebajas.
Otro efecto de la deflación, además del comercial, se refleja en la Bolsa y en las inversiones en general. Como efecto de la debacle de los precios, los compradores prefieren esperar a que los descensos continúen para comprar acciones más baratas, frenando la recuperación del mercado bursátil. En el sector industrial ocurre otro tanto, porque los empresarios optan por detener sus inversiones ante el temor de que los bienes o servicios producidos no puedan retornar la inyección de capital.
La temida deflación, en definitiva, puede llegar o no a la economía española en 2009. Lo que sí es cierto es que el exceso de contrastes que está ocurriendo a raíz de la crisis financiera internacional genera un efecto de incertidumbre en el que todo lo que parecía seguro, ha dejado de serlo.

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