martes, 16 de diciembre de 2008

MÁS MOTIVOS PARA EL DESANIMO.

La inflación ha dado un respiro a los bolsillos de los españoles. El descenso en los precios del petróleo, en los precios de algunos alimentos y la caída del consumo han provocado el mayor recorte de la tasa general del IPC en 21 años. Ahora, el gran peligro de la economía se concreta en la temida deflación.
Se entiende por deflación no sólo una caída de los índices de precios sino también un crecimiento del IPC inferior al 1%. Los economistas suelen reconocer que temen mucho más a la deflación que a la inflación, porque a la subida de precios saben cómo combatirla, pero la fórmula contra su caída no es tan clara. Es en este punto donde conviene recordar algunas de las palabras de Keynes: “La baratura que se debe a una mayor eficiencia y especialización en las artes de producción es, efectivamente, un beneficio. Pero, la baratura que significa la ruina del productor y paro es uno de los mayores desastres económicos que posiblemente puedan ocurrir”.
La deflación es nociva porque puede desencadenar un círculo vicioso y perverso. Entre éstos, se destacaría un gran incremento en el desempleo. Los acontecimientos se desatan rápidamente a partir de esa negativa evolución de los precios. Las empresas sufren la reducción de los precios con una caída en los ingresos, que no pueden compensar con un descenso de los costes. Por tanto, los márgenes empresariales son menores y para solventar la situación recurren a una disminución en la inversión y a recortes de las plantillas para reducir la masa salarial. Y de aquí arranca el círculo infernal con el descenso en la demanda, lo que perjudica las ventas de las empresas y aumenta sus pérdidas. Para terminar de estropearlo, todos, consumidores y empresarios, a la vista de la situación, deciden dejar para más adelante sus compras e inversiones con la esperanza de encontrarlas más baratas. A partir de aquí todo va cuesta abajo: caída de salarios, de empleos, en el consumo, en el crecimiento y, de nuevo, caída en el nivel de precios.
Otra característica muy negativa del proceso de deflación es el aumento de los tipos de interés reales, que se obtiene de restar la inflación a los tipos de interés nominales. Y como esta tasa es negativa, se aumenta el tipo real a soportar por las empresas. Una de sus consecuencias es el incremento de la deuda de las empresas y de la dificultad para acometer inversiones. El impago de los créditos empresariales compromete también al sistema financiero, que puede verse arrastrado en última instancia a sufrir problemas de insolvencia y poner en peligro la estabilidad económica de cualquier país.
Una de las formas de hacer frente a la deflación es disminuir el valor del dinero, para lo cual se debe colocar más dinero en circulación, complementado con la disminución de la tasa de interés, lo cual incentiva el crédito de consumo y de inversión, reactivando de esta forma la demanda. Esta medida ha sido tomada tanto en Europa como en EEUU y no se reactiva la economía, no se conceden créditos. Ante eso, lo único que puede hacer el banco central es, de nuevo, bajar los tipos nominales, pero ¿Qué ocurre si los tipos de interés ya están muy bajos? Es imposible que bajen del 0%, pero la deflación no entiende de límites. En este caso la política monetaria no tendría ninguna consecuencia y estaríamos ante lo que Keynes definió como trampa de liquidez: tipos de interés nominales muy bajos incapaces de reactivar la economía.
Otra forma para combatir la deflación es a través de la política fiscal: aumento del gasto público y una reducción de los impuestos. En el primer caso, se intenta suplir la ausencia de demanda del sector privado con la del sector público, quien a la vez se convierte en un generador importante de empleo, lo cual resulta muy atractivo, puesto que el desempleo es una de las causas directas de la deflación. En el segundo caso, la reducción de impuestos supone más dinero para gastar en manos privadas, y un incentivo al consumo, pero a la vez menor dinero en manos del estado, y si no tiene suficiente dinero, difícilmente podrá impulsar la demanda mediante el consumo público, por lo que si se inclina por el primer caso también, deberá financiar el incremento del gasto público con endeudamiento.

Mª Teresa Prieto Sánchez.

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